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Una conversación con Nancy Garden

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Esta es una de las últimas entrevistas «largas» a Nancy Garden, la autora de Annie en mis pensamientos, que se realizó con motivo de la nueva edición del libro por parte de su editorial en EE. UU., FSG. Ojo, que hemos ocultado los SPOILERS así:

Hola, soy un spoiler como una casa.

De esta manera podréis disfrutar de la entrevista los que aún no habéis leído el libro. Para leerlos no tenéis más que resaltar el texto.

Traducción de la entrevista por Diana Gutiérrez y María Gay Moreno.


Kathleen T. Horning: ¿Cuándo te diste cuenta de que eras homosexual? ¿Cómo lo supiste?

Nancy Garden: Fue un proceso gradual. De pequeña, me sentía distinta a las otras niñas de una forma que no lograba entender. Deseaba haber nacido niño y, cuando fui creciendo, me sentía incómoda al pensar en mí misma como una mujer o al imaginarme casada con un hombre. No me interesaba salir con chicos o ir a fiestas con ellos. Pero no supe nada de la homosexualidad hasta llegar al instituto. No estoy muy segura del orden de los hechos, pero, más o menos al mismo tiempo en que una chica del curso superior y yo empezamos a desarrollar una amistad afectuosa e intensa (en realidad, nos estábamos enamorando), yo leí un artículo en una revista sobre hombres homosexuales; fue la primera referencia que tuve acerca de la homosexualidad. No mucho después, la madre de mi amiga encontró una carta que le había escrito y, basándose en ella, afirmó que pensaba que yo era lesbiana. Cuando mi amiga Sandy me lo contó, volví a pensar en el artículo y, de repente, tanto mi amor por Sandy como muchos incidentes y sentimientos de mi infancia comenzaron a encajar; me di cuenta de que probablemente era homosexual. ¡Tenía muchísimo más sentido que ser heterosexual!

Tanto por el artículo como por la reacción de la madre de Sandy, supe que ser homosexual no me iba a hacer especialmente popular, pero la verdad es que no me preocupó. Como ya he mencionado, tenía sentido. Pero, a pesar de todos los indicios que tenía y del hecho de que me identifiqué como lesbiana desde que supe que era probable que lo fuera, no lo terminé de aceptar por completo durante mucho tiempo. Creo que esperaba alguna clase de señal mística, que la voz de Dios me gritara: «¡Eres lesbiana!» o algo parecido. Sandy y yo pasamos mucho tiempo negándonos, tanto a nosotras mismas como a la otra, que éramos homosexuales, incluso a pesar de declararnos amor eterno, besarnos y tocarnos. Estar enamoradas y seguras de que no había ningún problema con ello era una situación extraña y dolorosa para ambas.

Aunque sabía que ser lesbiana explicaba muchos de mis sentimientos y acciones, tanto en el pasado como en el presente; aunque sabía que amaba a Sandy; aunque no creía que ser homosexual fuese algo inmoral ni de enfermos, y aunque no me importaba ser diferente de la mayoría de las chicas, todavía necesitaba algún tipo de prueba definitiva. No sé si era porque, quizás, en mi interior más profundo que me estaba resistiendo a ello (yo desde luego no tenía constancia de eso) o porque con el tiempo sí que me atrajeron un par de chicos y aquello me confundió. Pero incluso entonces, salir con ellos parecía irreal, un poco como si estuviera representando un papel e intentando ser «normal» al fin y al cabo. Sin embargo, a partir del instituto, al margen de quién hubiera en mi vida —hombre o mujer—, Sandy siempre fue la persona más importante del mundo para mí y la persona con la que quería estar para siempre.

KTH: ¿Cómo eran los tiempos para los jóvenes homosexuales cuando tú eras adolescente?

NG: Muy desalentadores. Yo fui adolescente en los años cincuenta, cuando la mayoría de homosexuales estaban en lo más profundo del armario. Salir de ahí era muy arriesgado: te podían expulsar del colegio o del instituto; los padres desheredaban a sus hijos homosexuales o los enviaban a psiquiátricos para que los «curasen»; si eras adulto, te podían despedir del trabajo si se descubría o se sospechaba siquiera que eras homosexual. En el mejor de los casos, la homosexualidad se veía como una enfermedad mental; en el peor, como algo malo, inmoral o criminal. Por supuesto, cualquier niño del que se pensara que era homosexual recibía un trato terrible por parte de sus compañeros. Nadie utilizaba la palabra gay, excepto las personas que lo eran o los artistas. Lo que más escuché cuando crecía era mariquita para los chicos, tortillera para las chicas e invertidos para ambos.

No pasó mucho tiempo antes de que los padres de Sandy le ordenaran dejar de verme fuera de la escuela: su madre me consideraba una «mala influencia», además de lesbiana. Pero Sandy y yo estábamos enamoradas y continuamos viéndonos, y nos pillaban, y volvíamos a vernos y nos volvían a pillar. Al final sus padres la amenazaron con enviarla a una escuela de secretariado en vez de a la universidad si seguía con lo nuestro y, aunque por suerte la jefatura de estudios le aseguró que podría ir a la universidad al margen de lo que pasara (Sandy es muy inteligente), fue igualmente devastador. Fue una época terrible. Tanto que una vez que yo llevaba el coche de mi madre con Sandy dentro y nos topamos con un callejón sin salida, pensé que si estampaba el coche contra el muro, podríamos matarnos… entonces estaríamos juntas para siempre, pensé, y el infierno que estábamos viviendo terminaría. Pero al final eché marcha atrás y me alegro mucho de haberlo hecho, ya que Sandy y yo, después de un tira y afloja que duró años, por fin nos unimos de forma permanente. Y en 2004, como vivimos en Massachusetts, pudimos casarnos legalmente… después de treinta y cinco años de convivencia.

KTH: ¿Encontraste libros o algún tipo de información sobre ser homosexual?

NG: Había muy poca en los cincuenta. El simple hecho de buscar libros, sin más, ya daba miedo, por no decir comprarlos o sacarlos de la biblioteca: ¿y si me ve alguien? Las enciclopedias decían que éramos seres enfermos o inmorales, condenados a la soledad y la promiscuidad. Cuando por fin hallé el coraje de buscar «Homosexualidad» en las tarjetas del catálogo de una biblioteca pública —todavía no había ordenadores—, encontré algunos libros para adultos, pero nunca estaban disponibles. Era una forma sutil de censura, estoy segura. Algunos libros para adultos que había entonces o un poco más tarde —algunos de Mary Renault, por ejemplo— contenían personajes que parecían homosexuales, pero nunca se decía abiertamente. Quizá era la única manera en que las editoriales pensaban que podían publicar esos libros o que los autores se atrevían a escribirlos. En la estación de bus de mi barrio encontré —una vez que me aseguré de que nadie miraba— algunas novelillas baratas cuyos títulos y cubiertas estridentes dejaban claro que iban de lesbianas. Esos libros solían terminar con la lesbiana muerta en un accidente de coche, enviada a una institución mental o «convertida» en heterosexual.

Pero al final encontré un libro que sí me ayudó: El pozo de la soledad, de Radclyffe Hall, publicado en Inglaterra en los años veinte. Va de una lesbiana muy butch y de buena parte de su vida desde su nacimiento. El pozo de la soledad era famoso: había sido juzgado por obscenidad tanto en Inglaterra como en Estados Unidos, y había estado prohibido oficialmente muchos años en Inglaterra. Me lo devoré (por cierto, de obsceno no tiene nada), aunque es bastante melodramático y el final es triste. Pero al final también hay una súplica apasionada a favor de la justicia y la comprensión, y aquello me hizo prometer que algún día escribiría un libro sobre la gente que me rodeaba con un final feliz. ¡Annie en mis pensamientos fue ese libro!

Durante mucho tiempo, cuando era adolescente, no hubo nadie con quien pudiera hablar acerca de estas cosas; no era seguro hacerlo. Sandy y yo hablamos con algunos amigos sobre la prohibición de vernos, pero no les dijimos que había amor de por medio, y era bastante evidente que la mayoría de adultos no iban a entendernos. Echando la vista atrás, sospecho que algunos sí lo habrían hecho, sobre todo mi madre y la madre de una buena amistad de las dos. Pero pensamos que teníamos que mentir para protegernos a nosotras mismas y a nuestra relación. Cuando aún estábamos en el instituto, por fin conocí a algunos homosexuales en el teatro de verano (por aquella época estaba muy metida en temas de teatro). Uno de ellos era un chico de mi edad y pude hablar con él. ¡Fue un alivio inmenso!

KTH: ¿Y cómo supiste que él era gay?

NG: Los dos nos lo confesamos mutuamente una noche, muy tarde, y nos quedamos sentados en los camerinos toda la noche hablando sobre nosotros, lo que sentíamos y nuestros problemas. Fue él quien me contó que existía la palabra «gay». No recuerdo cómo empezó la conversación, o cómo nos reconocimos y confiamos el uno en el otro, pero fue muy fácil. En aquella época algunos heterosexuales creían que las personas no heterosexuales tenían maneras especiales de reconocerse, como un apretón de manos secreto, por ejemplo. Pero si existían esas maneras, lo cual dudo bastante, ¡yo desde luego no las conocía! Mucho después me enteré de que a veces los homosexuales hablan de «ser del comité» o «ser un amigo de Dorothy» (una referencia a El mago de Oz) para indicar que lo son.

Mi amigo me habló de otros dos o tres miembros homosexuales de la compañía de teatro y, en la época escolar, yo sospechaba que un par de mis profesoras eran lesbianas (años después supe que estaba en lo cierto). Creo que también me lo tuve que haber preguntado sobre algún que otro niño, pero no sé si en aquel momento me lo dije con esas palabras. ¿Por qué llegué a pensar que esas personas podían ser homosexuales? Quizá porque no cumplían con todos los estereotipos de género —más fuertes en los años cincuenta que ahora— en cuanto a aspecto, comportamiento o intereses, pero ese no es un indicador fiable en ningún caso. Venimos en todas las formas y tamaños, y solo a algunos «se nos nota».

KTH: ¿Cuántos años tenías cuando les dijiste a tus padres que eras lesbiana?

NG: Mi madre murió cuando yo tenía veintiún años y nunca se lo dije de frente, aunque deseaba hacerlo, y estoy segura de que podría haberlo hecho. Era una mujer muy sabia y comprensiva y teníamos una relación muy estrecha. Sabía lo que pensaba la madre de Sandy y le había escrito una carta diciendo que no estaba de acuerdo con separarnos a Sandy y a mí (por desgracia, eso solo empeoró las cosas, pero sus intenciones eran las mejores). Intenté darle pistas de que me gustaban las mujeres. Recuerdo decirle que besar al chico con el que salía (con pocas ganas: para hacer el paripé y como tapadera) era distinto de besar a Sandy. Creo que dijo algo como «claro que sí», pero por aquel entonces yo estaba muy segura de que no terminaba de entender lo que realmente quería decirle, que era que me gustaba mucho más besar a Sandy. También me recuerdo en el umbral de mi habitación, vuelta hacia mi madre, cantándole una canción popular que decía algo con «gay». Sabía que ella sabía que yo había leído El pozo de la soledad. Incluso me comentó que ella también lo había leído, pero no recuerdo que hablásemos de ello en detalle, aunque tengo un vago recuerdo de que me dijo que lo encontraba triste. Creo que estaba esperando a que fuera yo quien se lo dijera, tanto por respeto a mi privacidad como a la situación por la que yo estaba pasando.

Se lo conté a mi tía favorita, la hermana de mi madre, un tiempo después del fallecimiento de mi madre y antes de decírselo a mi padre. A él no le dije nada hasta que se publicó Annie, lo que no sucedió hasta que yo ya tenía más de cuarenta años; tenía miedo de que la verdad le hiciese daño. También me preocupaba su reacción, porque no era una persona comprensiva ni tenía simpatía por las personas LGBT. Pero no quería que se enterase por otras personas, a través de una reseña de Annie o de alguien que se hubiera leído el libro.

KTH: ¿Cómo se lo dijiste?

NG: Se lo conté a la vez a él y a mi madrastra una tarde. No recuerdo las palabras, pero sé qué hice referencia a Annie y a Sandy, y a mi amigo gay del teatro de verano. (Él y yo seguíamos siendo buenos amigos y mi padre lo conocía; en un momento, en una época en la que Sandy y yo estábamos separadas, habíamos hablado incluso de casarnos. Aunque le dejé claro que no habría trato si Sandy y yo volvíamos a estar juntas alguna vez.)

Mi madrastra siempre lo había sospechado y se lo tomó bien, aunque le preocupaba la reacción de mi padre. Él se enfadó mucho, temía que mi madre y él hubieran hecho algo malo en mi educación: una reacción comprensible, pero falsa, que tienen muchos padres. También se enfadó porque siempre había querido nietos. Por supuesto, hoy día sería posible, pero entonces las parejas homosexuales pocas veces tenían niños a menos que uno de los miembros hubiera estado casado con alguien del otro género. Con todo, mi padre quería mucho a Sandy, y eso le ayudó a asumir mi confesión. Pero después de aquella primera noche, siempre se resistió a hablar de ello. Creo que seguía en negación o quería estarlo, y yo sabía que estaba muy decepcionado. Durante mucho tiempo no expuso Annie junto al resto de mis libros, como si tuviera miedo de que alguien viera de lo que iba; le daba una vergüenza horrorosa tener una hija lesbiana. Pero continuó mostrándose cálido y amable con Sandy, y él y yo seguimos manteniendo relación, si bien es cierto que difícil y complicada. Pero ya lo era antes de que yo le dijera nada.

KTH: ¿Qué te inspiró para escribir Annie en mis pensamientos?

NG: El pozo de la soledad. Mis propios años de instituto. Mi deseo de contar la verdad sobre las personas homosexuales: que no somos enfermos ni malvados, que podemos enamorarnos y vivir vidas felices, sanas y productivas.

KTH: ¿Cómo eran los tiempos para gays y lesbianas cuando escribiste Annie en mis pensamientos?

NG: Escribí Annie a finales de los setenta y en los primeros ochenta. Sin duda, las cosas estaban mejor que en los cincuenta; el movimiento por los derechos homosexuales ya tenía cierta historia, y las revueltas de Stonewall de 1969 habían fortalecido ese movimiento, lo habían hecho más exigente y a nosotros menos invisibles.

No obstante, el ambiente para la mayoría de los niños no era mucho mejor que en los cincuenta, aunque la Asociación Estadounidense de Psiquiatría y la Asociación Estadounidense de Psicología ya habían declarado que la homosexualidad no era una enfermedad. Aún no había organizaciones que proporcionaran un espacio seguro para jóvenes LGBT ni líneas de teléfono para asesorar a adolescentes con problemas; en realidad, poca gente se daba cuenta o aceptaba que los adolescentes podían ser homosexuales. Muchos seguían viendo la homosexualidad en un adolescente como una fase del desarrollo o una anormalidad fruto de la inmadurez. Algunos adultos, es verdad que más que en los cincuenta, tenían otras ideas, como la mujer pelirroja en la vista de la escuela privada de Liza, pero había otros que eran más como la directora Poindexter y la señora Baxter. Por desgracia, sigue habiendo de estos últimos.

KTH: ¿Había muchos libros para adolescentes con personajes homosexuales cuando estabas creciendo o en los ochenta?

NG: Ni siquiera había muchos libros escritos específicamente para adolescentes en los cincuenta, no de la forma en la que lo entendemos ahora, aunque sí había muchos libros para niños. Buena parte de la ficción para adolescentes que yo conocía cuando estaba en el instituto eran series como Nancy Drew o los Hardy Boys, o novelas de deportes, o novelas románticas.

Había muchos libros para adolescentes a comienzos de los ochenta, cuando se publicó Annie, pero muy pocos hablaban de la homosexualidad; tampoco había muchos libros de temática gay para adultos en comparación con el presente. Sí que había un par de obras de teatro muy conocidas, que Sandy y yo leímos con avidez cuando éramos adolescentes: Té y simpatía, en la que un chico gay acaba seducido por una mujer heterosexual que quiere demostrarle que él también lo es, y La calumnia, en la que una mujer que está secretamente enamorada de otra mujer se suicida cuando alguien sospecha que ambas pueden ser amantes. Pero, por supuesto, esas obras no fueron escritas para adolescentes.

KTH: ¿Cómo eran los libros?

NG: El primer libro para adolescentes que hablaba siquiera de la homosexualidad fue I’ll Get There. It Better Be Worth The Trip, de John Donovan, que se publicó en 1969. Hay una escena pionera en ese libro en la que Davy, el protagonista, y su mejor amigo, Altschuler, están jugando con el perro de Davy, y de repente cambia la atmósfera y los dos se dan un beso. Esto les deja perplejos y complica su relación por un tiempo, pero al final deciden no preocuparse por ello, lo que era una actitud bastante saludable para un libro destinado a los jóvenes de la época.

I’ll Get There fue seguido de unos pocos libros en los setenta en los que el personaje homosexual solía ser un pariente adulto, un amigo o un compañero de clase del protagonista heterosexual, y buena parte de la historia —si la homosexualidad era un problema— se centraba en cómo se ajustaba el protagonista hetero al personaje homosexual. En Ruby, de Rosa Guy, publicado en 1976, hay lo que viene a convertirse en una relación lésbica explícita entre dos chicas. Ese fue un hito atrevido e importante; creo que también fue la primera novela para adolescentes centrada en personajes de color, pero las chicas no tenían ninguna consciencia real de ser homosexuales; no tienes la impresión de que sean lesbianas. En los pocos libros que se centraban en relaciones entre adolescentes que se identificaban más claramente como homosexuales, estas relaciones siempre se representaban como fases en el desarrollo o terminaban con una ruptura o una muerte.

Happy Endings Are All Alike, de Sandra Scoppettone, se publicó dos años después de Ruby y fue una excepción importante. Era la primera novela para adolescentes que tenía una protagonista claramente lesbiana y que está enamorada de otra chica. Pero un chico homófobo la viola y le da una paliza en una escena desgarradora y sofocante, y su amante rompe con ella por lo que ha pasado. Al final, no obstante, se insinúa la posibilidad de que ellas vuelvan a estar juntas. No es un final feliz, pero es esperanzador; y eso, junto a una protagonista claramente lesbiana, lo convierte en otro libro pionero.

KTH: ¿Qué opinas sobre el estado actual de la literatura para adolescentes de temática LGBT?

NG: Creo que goza de buena salud. Hay algunos escritores nuevos del género con muchísimo talento y varios parecen especialmente comprometidos con la literatura LGBT. Y muchas más editoriales que nunca publican libros para adolescentes con personajes de otras sexualidades como parte normal de la vida de las personas heterosexuales, algo que, por supuesto, también lleva un tiempo sucediendo en los libros para adultos. Además de eso, estoy especialmente contenta de que la tendencia, al menos ahora, sea que haya más protagonistas homosexuales. ¡Es genial y espero que continúe! También espero que pronto veamos a protagonistas transgénero, y también a más protagonistas bisexuales o indecisos.

Los niños LGBTQ están saliendo del armario a edades incluso más precoces en estos días, y es fantástico ver que ahora hay algunos libros para adolescentes más jóvenes o para niños mayores que los incluyen. También es magnífico que haya más libros —tanto novelas como libros ilustrados— para niños con dos madres o dos padres, ¡más y mejores libros! También hay otros para niños pequeños que intentan combatir los estereotipos de género.

Un desarrollo especialmente importante en muchos de los nuevos libros de temática homosexual, quizás la mayoría, reside en el propio tratamiento de la sexualidad, lo que a su vez también refleja y refuerza positivamente lo que les sucede a los propios niños. Muchos de los adolescentes LGBTQ de hoy rechazan las etiquetas o han desarrollado otras más fluidas o inclusivas para ellos; muchos no sienten que ser gay, lesbiana, bi, trans o indeciso, o cualquier combinación de «no estrictamente heterosexual», sea algo grave. Muchos de ellos están orgullosamente fuera del armario y rehúsan ser considerados víctimas. Sí, los niños LGBTQ siguen encontrándose con homofobia y bullying y rechazo, y todas estas cosas duelen mucho; muchos de ellos todavía tienen problemas para salir del armario consigo mismos, con sus familias y con sus compañeros. Pero ahora es mucho menos probable que nunca que les venzan estas cosas cuando las sufren. Su confianza y aceptación de sí mismos, mucho mayor y más fuerte, se muestra en muchos de los libros más recientes. Y eso, tanto en la literatura como en la vida, es simplemente hermoso.

KTH: ¿Qué hizo que Annie fuera diferente de los otros libros acerca de adolescentes homosexuales que se publicaron en esa época o poco después?

NG: Annie fue la primera novela para adolescentes que tenía dos cosas: una protagonista lesbiana de esa misma edad y un final claramente feliz.

El mismo año que Annie se publicó Dance On My Grave, de Aidan Chambers, que creo que fue el primer título sobre un protagonista masculino gay y su amante. Pero su amante muere al final.

Para ser justos, debería añadir algo: además de que durante años los finales infelices fueron la única manera que los autores tenían para escribir acerca de la homosexualidad y ser publicados, también creo que, en ocasiones, lo de mostrar a los homosexuales como víctimas era un intento de demostrar la crueldad con la que eran tratados (y a veces todavía lo somos). Los tiros iban más por ahí que por implicar que las personas homosexuales eran débiles o que merecían castigo. También creo que el libro de Scoppettone fue el primero que mostró a una joven lesbiana que intentaba sobreponerse a la homofobia en lugar de dejarse destruir por ella. Cuando lo leí por primera vez me decepcionó, porque la violación era tan devastadora que tendía a oscurecer la nota de esperanza del final. Sin embargo, me animó mucho el hecho de que Happy Endings tuviera una auténtica protagonista lesbiana.

KTH: ¿Cuánto tiempo te llevó escribir Annie?

NG: Visto de una manera, creo que de dos a tres años; visto de otra, diez, quince o más. Annie tuvo otras predecesoras. Mi primer intento, más allá de poemas atormentados y algunos intentos vergonzosos y muy personales de escribir obras de teatro, fue una novela para adultos llamada For Us Also. La empecé en la universidad y trabajé en ella de forma intermitente durante muchos años. Por suerte, nunca intenté publicarla. Al igual que El pozo de la soledad, mi novela era muy melodramática, y estilísticamente era una especie de combinación entre El pozo de la soledad y la Biblia. ¡Al menos aprendí mucho con ella sobre cómo no escribir una novela!

Mi siguiente intento fue una novela juvenil sobre dos chicas adolescentes que se enamoran y descubren que son lesbianas. Se llamaba Summerhut y me emocioné mucho cuando una editorial mostró interés por ella. Pero después de revisarla para ellos un par de veces, me la rechazaron. Luego escribí Good Moon Rising, que también es una historia de amor y de salida del armario sobre dos lesbianas jóvenes. Esa sucedía en un ambiente de teatro. Pero la historia no terminaba de funcionar, quizá porque estaba escribiendo sobre dos cosas que eran importantes para mí: el teatro y ser homosexual, y suele ser difícil que eso salga bien. La dejé en un cajón y me olvidé de ella hasta siete u ocho años después, después de la publicación de Annie. Entonces la revisé, la actualicé y fue publicada en 1996.

Un día en el que llovía mucho, después de haber descartado Good Moon Rising, estaba sentada en la cocina de Sandy y mía con una sopa de tomate, y las palabras: «Está lloviendo, Annie» se formaron en mi cabeza. Sé que suena raro, pero algo me dijo que al fin este podía ser el comienzo de EL libro, aunque no sabía quién decía «está lloviendo» ni quién era Annie. Sin embargo, ese fue el nacimiento de Annie en mis pensamientos.

KTH: ¿Qué parte de la historia fue más dura de escribir?

NG: ¡Recordar concentrarme en contar una historia en vez de dar un discurso a mis lectores! Había hecho eso mucho en For Us Also y en Summerhut, porque tenía mucha prisa de que mi mensaje llegara a los lectores. «Los homosexuales somos gente simpática», quería gritar. «No estamos enfermos, ni somos malvados ni inmorales, y podemos enamorarnos igual que los heteros; es una crueldad victimizarnos, reírse de nosotros o excluirnos». Pero no puedes decir esas cosas directamente ni forzar a los personajes a que las digan si escribes ficción.

KTH: ¿Alguno de los personajes está basado en una persona real?

NG: No directamente. La mayoría de los personajes de todos mis libros son combinaciones de mí misma, gente que conozco o sobre la que he leído o que he observado, y gente que he imaginado. Creo que hay mucho de mí en Liza, y también hay fragmentos de otras personas en algunos de los otros personajes de Annie, pero ninguno es un calco exacto de una persona real.

KTH: ¿Por qué no protestaron las profesoras Widmer y Stevenson cuando las echaron?

NG: Creo que no querían sufrir lo que aquello habría conllevado. Ya habían pasado por el juicio marcial de la señora Stevenson hace años y por sus consecuencias. En mi opinión, solo querían reconstruir sus vidas tranquilamente, hacer algunas de las cosas que siempre habían querido y vivir juntas en paz. Y por supuesto, protestar frente a sus despidos probablemente habría causado suficiente ruido para impedirles conseguir otros puestos de profesoras, si querían volver a serlo en algún momento. Si callaban y, al cabo de un tiempo, solicitaban otros trabajos, es comprensible que —teniendo en cuenta el clima de la época—, la Foster no admitiese ante otra escuela que habían echado a estas dos señoras porque eran lesbianas. ¡Pocas escuelas estaban dispuestas en los años ochenta a admitir siquiera que tenían miembros del claustro que no eran heterosexuales!

KTH: ¿Qué crees que les sucedió a Annie y a Liza?

NG: Creo que continuaron viéndose siempre que podían y que se fueron a vivir juntas después de la universidad. Imagino que Annie sigue cantando y que Liza todavía diseña edificios, y apuesto que siguen manteniendo buena relación con sus familias. ¡Quizás incluso tengan un par de hijos!

KTH: ¿Tuviste problemas para publicar el libro?

NG: ¡Sorprendentemente, no! Fue rechazado por la misma editorial que había rechazado Summerhut; fueron los primeros a los que se lo envié. Me resistía a enviárselo a Farrar, Straus and Giroux (FSG), que por entonces habían publicado Fours Crossing, el primer libro de mi serie de fantasía; le dije a la que era mi agente, Dorothy Markinko, que no creía que FSG fuese a publicar una novela lésbica de una autora que acababa de escribir una historia de fantasía. Pero Dorothy dijo: «Tonterías», o algo muy parecido, y envió Annie a FSG. Margaret Ferguson, mi querida y muy inteligente editora, era entonces asistente o editora asociada, y aparentemente fue la primera en FSG que la leyó; y cuenta la leyenda que corrió a ver a su jefe y le dijo: «¡Tenemos que publicar este libro!». Él estuvo de acuerdo y Margaret (que entendió desde el principio cuáles habían sido mis propósitos con Annie) y yo hemos seguido colaborando en lo que son ya catorce o quince libros.

Mi libro más reciente con Margaret es Hear Us Out! Lesbian and Gay Stories of Struggle, Progress, and Hope, 1950 to the Present. Está dividido en secciones; cada una de ellas representa una década y contiene dos relatos sobre adolescentes homosexuales. Al principio de cada sección hay una parte de ensayo acerca del estado de los derechos de gays y lesbianas y algunas efemérides de esa década. Tanto en los relatos como en estas introducciones, he intentado narrar algunos de los cambios de los que hemos hablado antes y, sobre todo, mostrar la transición gradual con los años de sentirnos y ser vistos como víctimas a sentirnos y ser vistos como íntegros y orgullosos.

KTH: ¿Cómo reaccionó la gente cuando Annie se publicó por primera vez? ¿Y diez años después, y veinte años después…?

NG: Para mi gran sorpresa y alegría, la mayoría de las reseñas de Annie fueron positivas cuando se publicó. Tenía miedo de meterme en problemas por la temática que trataba, pero casi todas las reacciones de las que tuve noticia fueron positivas. El primer varapalo que salió a la luz —la primera petición de retirarlo de una biblioteca— no sucedió hasta 1988 en una biblioteca en Portland (Oregón). Eso es lo que yo sé, aunque de acuerdo con la Asociación de Bibliotecas de Estados Unidos, por cada caso registrado, hay otras cuatro o cinco impugnaciones o prohibiciones. Sin embargo, yo no oí hablar de la protesta de Portland hasta unos años después.

Una de las cosas realmente bonitas que sucedieron al poco de la publicación de Annie fue que una reseñadora me dijo que le había pedido a su hija de dieciséis años que lo leyera, y aunque la chica había dicho al principio: «Ay, mamá, no quiero leer sobre esa gente», después de leerlo cambió de opinión y dijo: «Anda, ¡pero si son exactamente iguales que las otras chicas!».

En los años noventa hubo más protestas contra Annie, incluida una muy grande que describiré después. Hasta donde yo sé, no ha habido protestas nuevas; creo que se registraron unas siete en general, además de esta que digo.

Annie había sido incluido en varias listas de los mejores libros en los últimos años, comenzando desde la época de su publicación, y también en la lista de los 100 mejores libros para adolescentes de 1966 a 1999 de la Asociación de Bibliotecas de Estados Unidos. En los años ochenta, fue nominado al Gay Book Award y al Golden Kite Award, y también se llevó un Craberry Award, un premio que otorgan los niños asociados a una biblioteca de Acton (Connecticut). En 2002 fue designado ganador de 1982 del llamado «Retro Mock Printz Award». Sarah Cornish y Patrick Jones, dos expertos en literatura juvenil, pidieron a los bibliotecarios que escogieran un libro por año, desde 1979 hasta 1999, que debería haberse llevado el Printz Award si este hubiera existido entonces. (El auténtico Michael L. Printz Award comenzó el año 2000; hoy día es el mayor premio anual para libros juveniles.) ¡Tanto este premio como el Craberry Award me hacen una ilusión especial!

Annie se ha utilizado en clases de universidad sobre literatura juvenil y sobre diversidad, y hace poco he oído que también en una o dos clases de instituto. A través de los años, ha aparecido como destacado o como mención en artículos de revistas como el School Library Journal, Booklist, VOYA y Publishers Weekly. La BBC hizo una adaptación para la radio y un señor de Kansas, Kim Aaronson, lo adaptó para el teatro con algunas indicaciones mías. También ha sido traducido a varios idiomas, ¡incluido el chino!

KTH: ¿Recibiste cartas de adolescentes cuando el libro se publicó por primera vez? Y dichos adolescentes, ¿eran sobre todo homosexuales? ¿Hay alguna diferencia sustancial en las preocupaciones o reacciones de los adolescentes heterosexuales y no heterosexuales?

NG: Recibí muchas cartas cuando Annie salió a la venta por primera vez, tanto de adolescentes como de adultos, y todavía las recibo, aunque ahora normalmente me llegan por correo electrónico. La mayoría vienen de chicas y mujeres, tanto homosexuales como heterosexuales, pero también he recibido algunas de chicos y hombres, también igualmente diversas. La mayoría son de EE. UU., pero me han llegado unas pocas de otros países. Las lesbianas adultas dicen con frecuencia que ojalá hubieran podido leer Annie cuando eran más jóvenes; otras me dicen que lo leyeron hace tiempo, cuando aún no estaban seguras, o no mucho antes de salir del armario, o justo en ese momento, y que les ayudó. Los lectores heterosexuales, tanto hombres como mujeres, me han dicho que es una historia de amor que llega a todo el mundo al margen de su sexualidad, lo que es algo muy bonito y muy conmovedor.

Me han contado que Annie impidió que se suicidara al menos una joven lesbiana, lo que me hace sentir increíblemente humilde. Las adolescentes no heterosexuales suelen escribir sobre que Annie les ha ayudado a sentirse menos solas, a quererse a sí mismas, a tener esperanza; dicen que se identifican mucho con los personajes; algunas quieren saber si habrá una película; la mayoría me dan las gracias por escribirlo. A menudo me cuentan cosas sobre sus vidas y a veces me hacen preguntas. Me gusta estar en contacto con mis lectores (aunque algunos te dirán que no respondo con la diligencia necesaria…) y he hecho muy buenos amigos gracias a las cartas y correos electrónicos de estos jóvenes.

KTH: ¿Te llegó alguna carta de odio?

NG: Recibí una poco después de que Annie fuera publicado; quien la escribiera citó a Mateo, 18:6, de esta manera: «Y cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar». Tuve esa carta sobre mi escritorio varias semanas, pensando en cómo contestarla; pero al final me di cuenta, como bien me dijo Sandy, que probablemente nada de lo que dijera cambiaría la forma de pensar de quien la hubiera enviado, así que la tiré.

KTH: ¿Han prohibido Annie alguna vez?

NG: Sí, en varias escuelas, ¡y lo quemaron en las escaleras del edificio del consejo escolar de Kansas City! Toda esa saga —la llamo así porque se prolongó durante un par de años— sucedió once años después de la publicación de Annie. En 1993, sin que yo lo supiera, se donaron algunas copias del libro a cuarenta y dos escuelas en Kansas City y sus alrededores, tanto en Kansas como en Misuri. Algunas escuelas aceptaron las donaciones, otras las devolvieron, y unas pocas retiraron las copias que ya tenían en sus bibliotecas. Eso llevó a varias protestas por censura. La situación atrajo la atención de los periódicos y las radios y, poco después, un grupo extremadamente valiente de estudiantes de instituto y sus padres de uno de los municipios, Olathe (Kansas), demandaron a su distrito escolar por infringir los derechos de la Primera y la Decimocuarta Enmienda. Al final hubo un juicio y el juez decretó que Annie se había retirado «inconstitucionalmente» de estas bibliotecas escolares y ordenó que se devolviera.

Fue una época complicada, pero emocionante; una en la que aprendí un montón. Sandy y yo viajamos tres veces a Kansas City: la tercera vez testifiqué en el juicio. Los bibliotecarios y profesores de Kansas, Misuri y otros lugares apoyaron a Annie y certificaron el valor del libro; y en estos viajes, Sandy y yo conocimos a mucha gente increíble, sobre todo los jóvenes y los padres que habían demandado, y los bibliotecarios locales que estaban poniendo en riesgo sus puestos para luchar contra la retirada del libro y que testificaron en el juicio a su favor.

KTH: Si escribieras el libro hoy día, ¿sería distinto?

NG: Vaya, ¡qué pregunta más interesante! Si escribiera ese mismo libro ahora, creo que la base —Annie, Liza y su historia de amor— sería la misma, pero puede que otros detalles fuesen un poco diferentes.

¿Habría despedido a las profesoras y amenazado a Liza con la expulsión? Puede que sí, dependiendo de las características de la escuela en concreto. No obstante, creo que probablemente habría incluido otro tipo de obstáculo, como he hecho en otros libros. (Las historias de amor, por supuesto, siempre tienen obstáculos para que los amantes los superen.)

¿Le habría preocupado tanto a Liza ser lesbiana? Quizá sí, quizá no. Hay menos jóvenes hoy en día a los que les preocupe eso tanto como a Liza, pero sigue habiéndolos. El nivel de preocupación de Liza probablemente dependería de dónde se desarrollara la historia. Si siguiera ocurriendo en Nueva York, puede que a Liza no le importase mucho eso de ser lesbiana. De hecho, lo mismo sería presidenta de una asociación LGBT de la Academia Foster o estaría intentando fundarla.

KTH: ¿Por qué crees que la gente sigue leyendo Annie en mis pensamientos tantos años después?

NG: Quizá yo no sea la mejor persona para responder a esto, pero creo que puede ser porque la mayoría de gente disfruta con las historias de amor y, como he dicho, ese es el alma de Annie; antes que nada, realmente es una historia de amor. Es muy gratificante para mí que se siga leyendo, porque, como puedes imaginar, ese libro ha sido muy importante para mí, como autora y como persona. Tengo suerte de haber conseguido escribirlo y le doy las gracias a Margaret por apoyarme y por ayudarme a convertirlo en el libro que finalmente fue. También le doy las gracias a FSG por publicarlo y por defenderlo durante los días oscuros de Kansas.


Esta entrevista fue realizada por Kathleen T. Horning, directora de Cooperative Children’s Book Center, una biblioteca de la Escuela de Educación de la Universidad de Wisconsin-Madison.

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